sábado, 21 de abril de 2018

¡Qué buen momento éste! Rescate al alma, de bajo costo y a tu alcance.

Tanto más se aprende de las relaciones que de la profesión. Reconocimiento del hecho y, a los nobles maestros del día a día.
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YO TENGO UNA ANGELITA. ¿Y VOS?...


La primera responsabilidad que se nos otorga con la vida – no sé si la más grande – es cuidarla, quizás porque se nos otorga una sola, tampoco lo sé.

Lo que si se, porque lo he podido comprobar, es que hay quienes han respondido tan bien a su responsabilidad primaria que han logrado cuidar de sus vidas durante más de 80 años y entonces, como si habiendo acumulado energía durante tanto tiempo, se permiten iluminar el camino de quienes les seguimos unos pasos más atrás.

83 años tiene Angelita, nombre real de la protagonista de esta reseña. ¡Lo que no es poco!, especialmente si se piensa que con tantas primaveras contadas una persona ha superado conflictos, incomprensiones, desamores, injusticias, enfermedades, desilusiones, desapegos, desesperanzas, etc.; pero que también, han sabido conducirse sin riesgos innecesarios, contaminantes de todo tipo y/o, penas absurdas.

Nótese además, que una persona a edad semejante, que cuente con buen semblante físico, mental y espiritual, ha sabido, consciente o inconscientemente, acumular más decisiones con aciertos inherentes a esa responsabilidad de cuidar la humanidad que se le confiriere, hasta incluso el punto de equipararla con el tiempo de vida útil que el equipamiento carnal, con que vino dotada, tiene por defecto (de no mediar contaminante que enferme o, tragedia que mutile provocando una prematura extinción). 

Angelita, hoy nos sigue acompañando en caminatas y bicicleteadas de montaña, travesías 4x4 nocturnas fuera de ruta, y, entre otras, buenos asados regados con algún vinito que tonifique el paladar y relaje las tensiones y, en cualquiera de los casos, durante varias horas e incluso muy entrada la noche.

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Lógicamente, mantiene sus actividades de natación, taichí, y otras prácticas con las que llena cada semana.

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Un rescate para el alma


Lo sorprendente de Angelita, es que desde que tengo el placer de compartir tiempo con ella, siempre, después de cada encuentro hay un mensaje que por días sigue fortaleciendo mi existencia. De sus labios, en cada reunión, brotan palabras como estas:

qué buen momento ‘éste'”.

Una y otra vez, en precisos y nunca redundantes ocasiones, nos conecta a los presentes a la realidad circunstancial de: “qué buen momento ‘éste’”. Para muchos puede carecer de significado. Para Angelita, no lo sé.

A veces pienso que lo hace por agradecimiento hacia lo que ella considere por sobre sí misma (su Dios, el universo, su 'ser de luz con alas de mariposa' como ha jerarquizado a su nieta extinta, o lo que fuere).

En otras ocasiones, porque a pesar de la displicencia o concentración que nos ocupe, se empeña en rescatarnos para que tomemos consciencia del capital de ese instante, del preciso corte temporal que aquel momento significa respecto de tantísimos otros que a cada quien nos ocupa y, muchas veces nos pre-ocupa.

Por mi parte, elijo sobrevaluar esas palabras por sobre el mensaje desesperanzador de tanto materialismo deshumanizante. Elijo creer que es consciente de esa verdad - de su verdad- y, por qué no, de nuestra verdad.

Aquella verdad que desde lo innato de nuestro ser discurre sobre una línea de tiempo cuya pendiente, más o menos pronunciada, decidimos con el significado que le otorgamos a cada momento, con la elección que nos permitimos otorgarles a esos, a veces micro-instantes, cuyo acumulado es el resultado de nuestras vidas.

Breves vidas, desde la dimensión universal que se las mire, pero si consientes de tales ‘momentos’, seguramente muy intensas.

Disciplina descontextualizante


Angelita no revela excesos. No hay cigarrillo, alcohol solo el suficiente, no hay sustancias médicas cuyas ingestas se intercalen con nuestras reuniones, no hay apuros, no hay pre-juicios, no hay enojos, no hay rencores, no le conozco exabruptos, ni palabras desmedidas pero, por sobre todo, no hay Nos.

Si acaso algo de ello hubiere, presumo que su estado de consciencia le dicta, y por ello bien respeta, que no suman en nada a su: “qué buen momento ‘éste”, dedicado a brindarse para con los circunstanciales presentes de sus momentos compartidos.

Sí, por cierto, todo lo contrario. Su SER, en un todo, manifiesta: admirable moderación, equilibrio y armonía. Tal es así que su compañía nunca te acota en el marco de la finitud de nuestras existencias como suele ocurrir, con mucha frecuencia, en el trato con seres de la tercera edad. Por el contrario, da más impresión de descontextualizarte y ubicarte en otro plano temporal, uno de un tiempo sin fin.

Agradecimiento al mérito


¡Qué placer Angelita contarte entre el capital de mis afectos! También, ¡qué agradecido! Si bien, tu noble conducta no exige agradecimientos o reconocimiento alguno; lo merece. Yo elegí hacerlo en este escrito reflexivo, emergente del grito interno que a viva voz celebra contar con tu ejemplo.

Elegí también compartírtelo, porque esa virtud, esos rescates como los que tu qué buen momento ‘éste' propician, por no tratarse de un servicio sino de un compartido, no se pagan con el vil metal.

Sin embargo, tengo la impresión que una manifestación sincera y oportuna, que hasta incluso pueda replicar socialmente en cuanta ocasión pertinente tenga, pueda sumar a tu equilibrada armonía el regocijo de la responsabilidad meritoriamente cumplida y la seguridad, seguramente no buscada, de una trascendencia prolongada.

Lo que queda para vos, lector/a


Si estás leyendo este escrito –reitero reflexivo –, confío en que te sirva de alerta y estímulo para identificar a ‘tus Angelitas’, e inspirarse con su simpleza y caudal de natural sabiduría.

No te costará nada, y de seguro las hay a tu alrededor. Por el contrario, garantizado está que sus angeladas presencias agregarán a tu existencia otro particular y significativo: qué buen momento ‘éste'.

Ubicarte en él, por cuanto a circunstancia y provecho refiere, corre entonces por tu cuenta.

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En Angelita, elegí homenajear a uno de esos tantos próceres inmediatos que no aparecen en portadas ostentosas, pero que se materializan día a día en nuestras respectivas existencias, dotándolas de significado.

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