jueves, 18 de agosto de 2016

La mala administración, entre la inteligente y la estúpida.

Algunos años atrás, quedé muy bien impresionado con una exposición escrita de Marco DENEVI...
*
...quién, como buen escritor y dramaturgo, imprimió a su relato una capacidad atrapante con tal notable ingenio e hilaridad que daba tanto terror como respeto y admiración por su adecuación a la realidad contextual.

Supe en ese momento que a su prolija y certera exposición le cabía perfectamente un correlato adaptado que tuviera por protagonista no al individuo sino a las #administraciones. Porque cuando discurría entre sus líneas no podía dejar de apreciar como irónicamente, una vez más, la semejanza era inevitable.
También supe que para semejante osadía – parafrasear las letras del singular DENEVI – sin dañar su esencia y logrando un todo ilustrativo para el interlocutor y a la vez reflexivo para quien se lo proponga, tendría que madurarlo un tiempo, encontrar un día con ganas y, quien sabe sino más que nada, haber dado con tantos estímulos desagradables como para conseguir inercia suficiente…; y parece que ese momento llegó.
En los párrafos subsiguientes, salvando las distancias con el recordado Marco DENEVI, me permito la licencia de parafrasearlo en un estimulante ejercicio de semejanzas muchas veces inverosímiles, otras tantas, absurdas. A Saber:
La administración inteligente
Frente a un problema concreto, la reacción mental de la administración inteligente es dinámica: buscará el camino de la solución, a menudo a través de exploraciones, de asedios desde distintos flancos, de razonamientos abandonados en un punto y recomenzados en otro, hasta encontrar la salida.
En latín, salida se dice exitus, que los ingleses tradujeron por exit. La inteligencia conduce al éxito.
La administración estúpida
Ese mismo idioma, madre del nuestro, latín, tiene un verbo, stupere, que significa quedarse quieto, inmóvil, paralizado y, en sentido traslaticio, mentalmente detenido como delante de un cartel que dijera stop.
De ahí deriva la palabra estúpido/a: administración que permanece entrampada por un problema sin atinar con la salida. Hablo siempre de lo que ocurre en la esfera mayor de decisiones de un emprendimiento o, cuando ya evolucionado, empresa. Las dos únicas reacciones de la administración estúpida serán la resignación o la violencia, dos falsas salidas, dos fracasos.
Correspondencia entre ambas
Salvo casos patológicos, todas las administraciones son inteligentes respecto a un tipo de problemas y estúpidas respecto a otro tipo de problemas. Pero esa inteligencia y estupidez no dependen de la moral. Hay administraciones inteligentes moralmente canallas y hay administraciones estúpidos moralmente intachables, tanto como la cultura que en ellas hayan instalado sus respectivos administradores.
Sin el auxilio del concurso intelectual de quienes conforman la administración, esto es de la capacidad del análisis crítico del problema, y sin la posesión de conocimientos relacionados con ese problema y adquiridos por experiencia propia, o por revelación ajena, la pura administración inteligente no llegaría muy lejos en el camino del éxito. Por el contrario, la administración estúpida, por más que acumule conocimientos, no sabe qué hacer con ellos; por increíble que parezca, los ejemplos abundan.
Con alguna frecuencia la realidad pone a cualquier administración de momento, mentalmente paralítica, estupefacta, lo cual significa "estar hechos unos estúpidos" o, para el caso, encontrarnos ante la presencia de una administración estúpida. La inteligencia, si en esa administración existe, acudirá a rescatarla de esa pasajera estupidez que, por no ser insalvable, se llama estupefacción.
La mala administración
Situada a mitad de camino entre la administración inteligente y la administración estúpida, la mala administración comparte con la administración inteligente el dinamismo mental y, con la administración estúpida, la incapacidad de encontrar la solución a un problema. La mala administración se mueve, pero no en la dirección de la salida. ¿Hacia dónde se dirige? Ese es su secreto, la fórmula que le permite ponerse a resguardo de la humillación y del desprestigio que sufre la administración estúpida.
La mala administración, apunto, es la habilidad administrativa para manejar los efectos de un problema sin resolver el problema. La mala administración, no ejercita la inteligencia, sino un sucedáneo de la inteligencia, apto para entenderse con las consecuencias prácticas del problema, pero no con el problema mismo.
Dicho de otro modo, la mala administración se mueve en procura de cómo eludir los efectos del problema, de cómo (en la mejor de las hipótesis) volverlos beneficiosos para ella o (en la peor) de cómo desviarlos en perjuicio de un tercero.
La mala administración, pues, necesariamente se conecta con la moral. Sin el concurso del egoísmo no se puede mal administrar. Y para echarle el fardo al prójimo sin que éste se resista, es imprescindible cierto grado de inescrupulosidad y hace falta practicar algún género de fraude siquiera verbal.
Los efectos observables y sus consecuencias
Observado durante un corto plazo, la mala administración da la impresión de haber obtenido éxito, de ser una administración inteligente: se desplaza entre los problemas sin padecer las consecuencias o, mejor aún, sacándoles provecho. Como el flujo de los efectos no se interrumpe, el mal administrador no puede entregarse a los ocios y recesos de la mala administración.
De ahí que a los malos administradores se los suele calificar de "despiertos". Aparenta una brillantez mental que engaña a las miradas superficiales. El administrador inteligente, cuando está armando sus estrategias para atacar un problema, parece amodorrado y, en comparación con el mal administrador, un poco estúpido.
Cuanto más complejo sea el problema, más exigirá del administrador inteligente paciencia y esfuerzo, más lo someterá al silencioso y tedioso análisis crítico y al constante repaso de los conocimientos. La mala administración no puede permitirse esas demoras. Los efectos prácticos del problema no esperan mucho tiempo para hacerse sentir. De modo que el mal administrador está obligado a la rapidez y, consecuentemente, a la improvisación de sus métodos por lo general empíricos.
Otra vez el administrador inteligente comparado con el mal administrador, parecerá lento y hasta torpe. Si los efectos del problema, por su magnitud o por su complejidad, sobrepasan las posibilidades de la mala administración para eludirlos, para aprovecharlos o para torcerlos hacia un costado, el mal administrador, por fin acorralado como un administrador estúpido, no sucumbe ni a la resignación ni a la violencia, no confesará jamás su fracaso, no devolverá las armas que esconde en su mente: buscará algún chivo expiatorio a quien cargarle la culpa.
En todas las comunidades institucionales, sean estas empresas, organizaciones civiles o Estados, coexisten administraciones inteligentes, administraciones estúpidas y malas administraciones; no siempre en justas proporciones. Ahora imaginemos un país ficticio donde, por razones genéticas o por razones históricas, las malas administraciones estén en mayoría. Esbozaré la novela de lo que podría ocurrir en ese país imaginario.
Puesto que son mayoría las malas administraciones ocupan el gobierno. Y otros malos administradores los eligen. Los malos administradores que los eligen, y por supuesto los administradores estúpidos, incapaces de solucionar los problemas del país o de su comunidad, los transferirían a los elegidos. Y los elegidos, como malos administradores que son, se dedicarán a lo suyo: ponerse a salvo de los efectos de los problemas, sacarles provecho o desviarlos hacia los demás, así sean malos administradores, administradores estúpidos o administradores inteligentes.
Durante un tiempo los administradores estúpidos parpadearán de catatonia mental, los administradores inteligentes se sentirán marginados y los malos administradores tratarán de imitar la arrogancia administradora de los gobernantes. Mientras tanto los problemas, sin resolver, se acumulan, se multiplican, se superpondrán hasta que llega el día en que los problemas forman una pared compacta con un cartel que dice stop. Y ahí la comunidad institucional se detiene.
Entonces: 
  • los administradores estúpidos, si no se resignan, se vuelven violentos (aunque sujetos por el dictado moral es más frecuente que se resignen a un letargo que sólo se parece a perdurar);
  • los administradores inteligentes toman su valija y huyen (consecuentemente olvidate de fuentes de trabajo altamente eficaces y/o productivas o inversiones sostenibles);
  • y las malas administraciones corren de un efecto a otro efecto vendando aquí, remendando allá, emparchando más allá. Dejan los bofes en ese desesperado ir y venir por entre el caos de los efectos sin control. Y para disimular su impotencia recurren a los fantasmas de los chivos expiatorios y a un lenguaje esquizofrénico que, disociado de la realidad, seguirá pronunciando el discurso con que alguna vez embaucaron a las administraciones estúpidas.

Administraciones estúpidas de brazos cruzados o de brazos armados, administraciones inteligentes en fuga, malas administraciones parlanchines y desesperadas: tal sería la imagen de comunidad institucional ficticia caída al pie del ominoso stop. Para él no habrá sino una salvación, un grito de guerra: ¡La administración inteligente al poder!! Salvo que todos los inteligentes hayan huido, hipótesis que no parece verosímil, la novela podría tener un final feliz.


Celebro la inteligencia perspicaz de Marco DENEVI y sirva esta adaptación, que me he permitido, de homenaje a su memoria.


¡Ya sos el mejor en lo que haces.
Ponele administración para, también,
 ser el más sosteniblemente eficaz y rentable! 

*Imagen de web.unfik.com 

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