La empresa, al fin de
cuenta, es un recurso. Una expresión de tu profesión, de tu saber hacer y el de
todos aquellos que la integran.
Es lo que haces, no
lo que sos. No le es propio alienar derechos humanos vitales.
Está claro que no enuncié una definición de empresa, ni lo
pretendí. Apenas si marqué uno de los límites que no debe cruzar si quiere
calificar como tal.
Lo que llama mi atención, y sobre lo que se me ocurre
advertirte, es sobre el grado de padecimiento que observo con mucha frecuencia en consultas de cualquiera de las parcialidades (profesional independiente, dependiente,
emprendedor o empresario).
La empresa: Un recurso, también para la felicidad, y no a costa de ella.
No hay razón para padecer la empresarialidad o tu profesión. Al menos, no debiera haberla.
Explico:
Compartí días atrás la imagen del encabezado a un amigo. Y no fue casual, obviamente.
Está
era parte del estímulo espontáneo con que los amigos, valiéndonos de la
conectividad inmediata que hoy propicia la red social, echamos una mano a quien
la vida golpea, a veces incomprensiblemente, a los ojos del superficial
observador.
Cierto es que el amigo atraviesa por
esos momentos de insatisfacción profesional crónica, y calidad de vida que rara
vez califica como tal (por vida, me refiero). Si bien propios de nuestra era,
no se corresponden con el estado natural del hombre.
Como sea, terminó en una reflexión
que aquí te comparto, bajo el argumento de que la empresa, propia o para la
cual trabajas, no es más que un recurso; importante quizás, pero recurso al
fin.
Un recurso: la gata
Circunstancialmente, de pasada en pasada, pude observar por
horas el comportamiento de esta gata, a la que inevitablemente le saqué la foto que
luego envié a mi amigo como recurso estimulante con el siguiente comentario:
“así la he visto pasarse el día, sin la más mínima alteración por conflictos internos, culpas, vergüenzas o miedos”(mucho de lo que al buen hombre hoy lo agobia).
Para mi sorpresa, tras el comentario, recibí esta respuesta:
“Mario es un animal, tiene instinto, no es racional”.
Dos actitudes inmediatas, en las que confieso no esperaba
involucrarme, me vi obligado a enfrentar:
- La primera: cerciorarme que la respuesta no viniera de la felina; supuesta sujeto de mero instinto y carente de toda racionalidad.
- La segunda: lidiar buena parte de la tarde con la inconsistencia del uso de la racionalidad por parte del ser que se atribuía tal condición.
Finalmente, concluí en una breve respuesta a mi amigo, que se la daría cualquier cliente en su misma situación:
“Y si la racionalidad te hace pensarte superior a la gata, ¿por qué ella se ve en paz y feliz y vos no?"
No hubo respuesta. No esperaba una.
Si acaso algo podía esperar, era que el cuestionamiento
lindante con lo filosófico, oficiara de disparador para un merecido aprendizaje
sobre el estado y condición humana de mínima.
Ni siquiera que digamos de parte de mi amigo, que mal no le
vendría. Creo que tal disparador nos lo debemos plantear cada uno de nosotros.
Por
cuanto a lo que somos, por cuanto a lo que merecemos. Por cuanto al uso consciente que le damos a nuestra racionalidad, si acaso ésta ha de distinguirnos de especies supuestas inferiores.
Te hablo de ese estado y condición humana vital que importa
este inalienable derecho humano: ¡SER FELIZ!
Frágil, pero derecho al fin. Frecuentemente avasallado pero,
insisto, derecho al fin.
La racionalidad, si la tenemos, especialmente aquella con la
que optimizamos los recursos que disponemos – entre ellos las organizaciones
humanas de cualquier tipo –, ha de acudir a nuestro servicio y en nuestro
beneficio y no para nuestro perjuicio.
¿Qué objeto tendría entonces una organización humana si aliena derechos humanos vitales?
Otro recurso: Esta vez, el de la dosis precisa
No haré de esto un compendio filosófico.
Sólo utilizaría el caso para advertirte, si lo quieres; por tanto ahondar en más desarrollo de mi parte es inútil.
Sin embargo, una elocuente explicación debidamente dosificada y argumentada, suplirá horas de agobio intelectual estéril. Eso es lo que ofrece Clotilde, esta gran artista argentina, con su Manifiesto II, en una excelsa explicación de tan sólo 3:08
minutos.
Sorprendete, disfrutalo, aprendé y aprehéndelo.
(Te completo la advertencia en unas pocas líneas después del video).
No hay razón para padecer la empresarialidad. Cuando así
ocurre es porque algo no estás haciendo del modo correcto.
Todo aprendizaje requiere una exigencia, pero el padecimiento sostenido es una anomalía, no una exigencia, y trasciende con creces los límites de cualquier curva de aprendizaje.
Todo aprendizaje requiere una exigencia, pero el padecimiento sostenido es una anomalía, no una exigencia, y trasciende con creces los límites de cualquier curva de aprendizaje.
Si acaso te permites reflexionar el asunto
Está claro que estás en tu derecho de encararlo por donde mejor te plazca.
Profesionalmente se me ocurre manifestarte que tengas en cuenta unos pocos aspectos en dos planos:
Profesionalmente se me ocurre manifestarte que tengas en cuenta unos pocos aspectos en dos planos:
En el plano personal:
- ¿Ya te pensaste que tipo de empresarialidad mereces?
- ¿El caballo de la felicidad (vos); se antepone al carro de la abundancia (tu empresa / trabajo)?
En el plano profesional:
Para la administración, lo tratado es inherente a la sociología organizacional; particularmente en el nivel del individuo.
Por ser éste el nivel base del comportamiento de la organización humana en su conjunto, su impacto en indicadores de productividad, ausentismo, rotación y satisfacción en el ámbito laboral es absoluto.
Por cierto, en la unipersonal, tales manifestaciones se corresponden con el desgano, el hartazgo y la recurrente confusión de creerse un emprendedor serial cuando, de no ser por honrosas excepciones, sólo se trata de un serio insatisfecho.
¡Qué mal se pone todo cuando invertimos los roles!
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“El DESARROLLO es
inherente a las energías humanas más que a la riqueza económica”
Sólo si ADMINISTRAS
ambos ¡Lo lograrás!
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