jueves, 8 de diciembre de 2016

Secretos para una empresarialidad eficaz. Se feliz atrevete!

La empresa, al fin de cuenta, es un recurso. Una expresión de tu profesión, de tu saber hacer y el de todos aquellos que la integran.
Es lo que haces, no lo que sos. No le es propio alienar derechos humanos vitales.

Está claro que no enuncié una definición de empresa, ni lo pretendí. Apenas si marqué uno de los límites que no debe cruzar si quiere calificar como tal.

Lo que llama mi atención, y sobre lo que se me ocurre advertirte, es sobre el grado de padecimiento que observo con mucha frecuencia en consultas de cualquiera de las parcialidades (profesional independiente, dependiente, emprendedor o empresario).

La empresa: Un recurso, también para la felicidad, y no a costa de ella.


No hay razón para padecer la empresarialidad o tu profesión. Al menos, no debiera haberla. 

Explico:

Compartí días atrás la imagen del encabezado a un amigo. Y no fue casual, obviamente.

Está era parte del estímulo espontáneo con que los amigos, valiéndonos de la conectividad inmediata que hoy propicia la red social, echamos una mano a quien la vida golpea, a veces incomprensiblemente, a los ojos del superficial observador.

Cierto es que el amigo atraviesa por esos momentos de insatisfacción profesional crónica, y calidad de vida que rara vez califica como tal (por vida, me refiero). Si bien propios de nuestra era, no se corresponden con el estado natural del hombre.

Como sea, terminó en una reflexión que aquí te comparto, bajo el argumento de que la empresa, propia o para la cual trabajas, no es más que un recurso; importante quizás, pero recurso al fin.

Un recurso: la gata

Circunstancialmente, de pasada en pasada, pude observar por horas el comportamiento de esta gata, a la que inevitablemente le saqué la foto que luego envié a mi amigo como recurso estimulante con el siguiente comentario:

“así la he visto pasarse el día, sin la más mínima alteración por conflictos internos, culpas, vergüenzas o miedos”(mucho de lo que al buen hombre hoy lo agobia).

Para mi sorpresa, tras el comentario, recibí esta respuesta:

“Mario es un animal, tiene instinto, no es racional”.

Dos actitudes inmediatas, en las que confieso no esperaba involucrarme, me vi obligado a enfrentar:
  • La primera: cerciorarme que la respuesta no viniera de la felina; supuesta sujeto de mero instinto y carente de toda racionalidad.
  • La segunda: lidiar buena parte de la tarde con la inconsistencia del uso de la racionalidad por parte del ser que se atribuía tal condición.

Finalmente, concluí en una breve respuesta a mi amigo, que se la daría  cualquier cliente en su misma situación:

“Y si la racionalidad te hace pensarte superior a la gata, ¿por qué ella se ve en paz y feliz y vos no?"

No hubo respuesta. No esperaba una.

Si acaso algo podía esperar, era que el cuestionamiento lindante con lo filosófico, oficiara de disparador para un merecido aprendizaje sobre el estado y condición humana de mínima.

Ni siquiera que digamos de parte de mi amigo, que mal no le vendría. Creo que tal disparador nos lo debemos plantear cada uno de nosotros.

Por cuanto a lo que somos, por cuanto a lo que merecemos. Por cuanto al uso consciente que le damos a nuestra racionalidad, si acaso ésta ha de distinguirnos de especies supuestas inferiores.

Te hablo de ese estado y condición humana vital que importa este inalienable derecho humano: ¡SER FELIZ!

Frágil, pero derecho al fin. Frecuentemente avasallado pero, insisto, derecho al fin.

La racionalidad, si la tenemos, especialmente aquella con la que optimizamos los recursos que disponemos – entre ellos las organizaciones humanas de cualquier tipo , ha de acudir a nuestro servicio y en nuestro beneficio y no para nuestro perjuicio.

¿Qué objeto tendría entonces una organización humana si aliena derechos humanos vitales?
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Otro recurso: Esta vez, el de la dosis precisa


No haré de esto un compendio filosófico.

Sólo utilizaría el caso para advertirte, si lo quieres; por tanto ahondar en más desarrollo de mi parte es inútil.

Sin embargo, una elocuente explicación debidamente dosificada y argumentada, suplirá horas de agobio intelectual estéril. Eso es lo que ofrece Clotilde, esta gran artista argentina, con su Manifiesto II, en una excelsa explicación de tan sólo 3:08 minutos.

Sorprendete, disfrutalo, aprendé y aprehéndelo.
(Te completo la advertencia en unas pocas líneas después del video).



No hay razón para padecer la empresarialidad. Cuando así ocurre es porque algo no estás haciendo del modo correcto.

Todo aprendizaje requiere una exigencia, pero el padecimiento sostenido es una anomalía, no una exigencia, y trasciende con creces los límites de cualquier curva de aprendizaje.


Si acaso te permites reflexionar el asunto


Está claro que estás en tu derecho de encararlo por donde mejor te plazca.

Profesionalmente se me ocurre manifestarte que tengas en cuenta unos pocos aspectos en dos planos:


En el plano personal:



  • ¿Ya te pensaste que tipo de empresarialidad mereces?
  • ¿El caballo de la felicidad (vos); se antepone al carro de la abundancia (tu empresa / trabajo)?

En el plano profesional:


Para la administración, lo tratado es inherente a la sociología organizacional; particularmente en el nivel del individuo.

Por ser éste el nivel base del comportamiento de la organización humana en su conjunto, su impacto en indicadores de productividad, ausentismo, rotación y satisfacción en el ámbito laboral es absoluto.

Por cierto, en la unipersonal, tales manifestaciones se corresponden con el desgano, el hartazgo y la recurrente confusión de creerse un emprendedor serial cuando, de no ser por honrosas excepciones, sólo se trata de un serio insatisfecho.

Sólo una cosa más, sobre lo que no me avergüenza admitir que puedo dar fe:


¡Qué mal se pone todo cuando invertimos los roles!



Post relacionado: Si estás buscando empleo: Consideración II.



“El DESARROLLO es inherente a las energías humanas más que a la riqueza económica”
Sólo si ADMINISTRAS ambos ¡Lo lograrás!



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